El Arí - Su historia




Rabí Yitzjak Luria Ashkenazi, conocido como el Arí, apodo formado por las primeras letras de las palabras hebreas “Divino Rav Yitzjak”, nació en el año 1534 en Jerusalem. Su padre falleció cuando era niño, y su familia sufría el yugo económico. Por esta razón, decidió su madre emigrar con el joven Yitzjak a Egipto, donde vivía su hermano rico, Rav Mordejai Francis. 

Durante los años en los que vivió en Egipto, el Arí se dedicó mucho al estudio del Talmud, la Halajá y principalmente los escritos de Cabalá. Estudiaba con el rabí principal de Egipto en esa época, Rav David Ben Zimra. En el año 1570 emigró el Arí a Safed, que era, en aquellos días, el centro de los estudiantes de Cabalá. Rav Moshe Cordovero (El Ramak), que era el más destacado de los cabalistas de Safed de la época, reconoció de inmediato su grandeza y recomendó a todos sus estudiantes que fueran a estudiar con el Arí. 

Y así sucedió enseguida del fallecimiento del Ramak. Durante diecisiete meses en los que vivió el Arí en Safed, realizó el cambio más fundamental de la historia cabalística –convirtió la Cabalá de un método aplicable hasta el momento sólo para virtuosos, en un sistema accesible para toda persona en nuestra generación. El Arí no escribió nada por sus propios medios. Sus discípulos –especialmente su sucesor, Rabí Jaim Vital- escribió todos los libros llamados hoy en día “escrituras del Arí”, dictados por este. Los más destacados entre estos son “Árbol de la vida” y “Ocho puertas”. Muchos años después de su muerte, fue aceptado el método de estudio que introdujo en las diásporas de Israel y fue aprendido por los más destacados cabalistas. 

El Arí falleció en 1572 por una epidemia teniendo apenas 38 años. El día de su fallecimiento es el cinco del mes de Av. Ya durante su niñez sentía el Arí que había llegado al mundo para cumplir una misión especial, para crear una revolución nunca vista. 
Los pensamientos sobre ello no lo dejaban en paz, y a pesar de su temprana edad, sentía la magnitud de la responsabilidad que se le había asignado. Gracias a su dedicación sobresalió entre los alumnos del Rav principal de Egipto, el Rav David ben Zimra, y su nombre comenzó a conocerse en toda la zona. Pero todo esto no era suficiente para el Arí: “Títulos de honor no son el objetivo por el que vine al mundo”, solía repetir, “debo revelar al Creador, entender la fuerza que activa la realidad…” 

Los secretos de la Creación comienzan a revelarse Al transcurrir los años, el Arí se profundiza en los escritos de la Cabalá, y comienza a entender lo que se le ha asignado –adaptar el método de la Cabalá a todas y cada una de las almas. “Esta es la razón por la que bajó mi alma al mundo”, se decía. A partir de ese momento, el tiempo del Arí deja de correr. Él ve únicamente una sola meta –simplificar y adaptar la Cabalá para las generaciones venideras. Para concentrarse en su misión, el Arí se muda a una casa pequeña y asolada en las orillas del Nilo, construida para él por su tío. El Arí dedica cada momento y pensamiento al estudio del libro del Zohar

Con toda su fuerza, trata de profundizar y entender lo que se esconde detrás de las palabras “Rabí Jía”, “tierra”, “Rabí Shimón”. ¿Cuál es el significado oculto, interno, de cada una de las letras y cada palabra en el libro de los libros de la Cabalá? Los platos de comida que su esposa le dejaba al umbral de la habitación se apilaban uno sobre otro por fuera de su puerta cerrada. 

El Arí no dejaba su habitación durante días enteros e invertía todas sus fuerzas en la misión de su vida. Su pequeña casa se convirtió rápidamente en el lugar donde se revelaban a él todos los secretos de la Creación, hasta el más profundo de ellos. Tocar el espíritu 

“¿Has escuchado sobre Rav Yitzjak Luria, el sabio que ha llegado a la ciudad hace poco?”, me preguntó una tarde mi maestro, el Rav Moshe Cordovero (Ramak). Un sabio alumno que llegara de Safed en aquellos años, no era, por así decirlo, una sorprendente novedad. “Yo estoy muy ocupado en mi estudio, que es para mí lo principal”, le conteste prácticamente sin darle importancia, “no tengo tiempo para cada extranjero que llega a la ciudad”. Rabí Moshe Cordovero se calló. Después de unos minutos cerró sus ojos y dijo: “no sé, Rav Jaim, cuan grande es tu error al no dejar todas tus ocupaciones ahora mismo, y no correr a conocer esa gran persona. 
Deja tus estudios y ve a conocerlo mientras tengas la oportunidad de hacerlo. No es un pedido, Rav Jaim, ¡es una orden!” 

Así vi por primera vez al Sagrado Arí. Aún recuerdo la fortaleza que emanaba de él, la emoción que me inundó cuando comenzó a hablar. Estaba sentado frente a mí, y parecía como si supiera las respuestas a todas mis preguntas. En pocos minutos desaparecieron mi envidia y mi desdeño. Entendí frente a quien estoy sentado, y me juré nunca olvidarlo. Pelar la cáscara externa Corre el año 1570. Pasaron 30 años desde que el Arí dejó la Tierra de Israel, y ahora siente que debe volver a ella para completar la misión que le fue asignada. Él mismo ya alcanzó los secretos del mundo superior, y ahora siente que debe ayudar a otras personas para conseguirlo. Y así, en el año 1570, llega el Arí a Safed, ciudad norteña en la tierra de Israel. Enseguida de su llegada, Rabí Moshe Cordovero (Ramak), quien fue el mayor cabalista de la época, atestiguó que el Arí proviene de la raíz de un alma especial. Los más destacados de los cabalistas de Safed se agrupan en torno a él y se convierten en un grupo de discípulos y se hacen llamar “Los cachorros del Arí”. Se cuenta que solían reunirse diariamente antes del amanecer para escucharlo impartir cátedra. 

Cada palabra, cada sílaba que salía de su boca, era enhebrada como una sutil hebra al mundo interior que era conocido únicamente para él. Nivel a nivel, él bajaba al escalón espiritual de sus alumnos y los elevaba al tope de la escalera espiritual. Muchas veces se quedaban estupefactos frente a las indefinidas frases del Arí. Y este, al verlos, se sonreía. “Es bueno que no entiendan. 
El intelecto es el reflejo de vuestro egoísmo, es un utensilio en manos del deseo de recibir que está impreso en ustedes”, les dijo más de una vez, “si no quitan el envoltorio exterior y se adhieren a vuestro interior, no entenderán nada del estudio del Arí”. Su sucesor – Rabí Jaim Vital “¿A dónde ha ido Jaim Vital? ¿Acaso a esta hora se ha ido de aquí?”, y lo lamentó mucho el Arí, “yo deseaba entregarte algo oculto, Jaim, pero no estás aquí…”. Tomado del escrito “Shaar haGuilgulim” (Puerta de reencarnaciones) –palabras dichas a sus alumnos unos instantes antes de morir. 

A lo largo de las generaciones, los grandes cabalistas se vieron necesitados de un discípulo de un alma especial, para que por medio de este pudieran revelar sus logros espirituales al mundo. Así como Rabí Aba, que estuvo al lado de Rabí Shimón Bar Yojai para anotar sus palabras y de las cuales se compuso el libro del Zohar (libro del Esplendor), así anotó Rabí Jaim Vital (Rajú) todo lo dicho por el Arí. La profunda relación que se formó entre el Arí y su discípulo, se manifiesta en las conmovidas palabras que dijo el Arí antes de morir a Rabí Yitzjak Cohen: “Dile a los amigos de mi parte, que a partir de ahora en adelante no se dediquen a la sabiduría que les enseñe en absoluto, porque no la han entendido debidamente, sin embargo, únicamente Rabí Jaim Vital se dedicará a ella ocultamente en silencio”. “¿Es que acaso no hay más esperanza? – preguntó Rabí Yiztjak Cohen nerviosamente. “Si serán afortunados, vendré y les enseñaré”, contestó el Arí. Pero Yitzjak Cohen no entendió sus palabras. 

“¡¿Cómo vendrás a enseñarnos después de haber fallecido?! – preguntó nuevamente. “No tienes asuntos en lo oculto”, le contestó el Arí y falleció, a los 38 años de edad. El camino a la espiritualidad se abre “No hubo quien consiguiera esta sabiduría como él”, escribió su dedicado alumno, Rabí Jaim Vital, “puso a un lado a todos aquellos que lo precedieron”, escribió Baal haSulám refiriéndose a él. Y efectivamente, el Arí fue la reencarnación de un alma especial. Un alma que fue concebida en cinco altísimos espíritus: Abraham, Moisés, Rabí Shimón Bar Yojai, y finalmente en el Baal haSulám. 

Cada uno de ellos adaptó y simplificó la Cabalá a su generación, y con todo, el Arí tuvo una función especial. El Arí abrió una nueva era en la historia humana, y por lo tanto se lo conoce entre los cabalistas como “Mesías, hijo de José”. Durante los diecisiete meses en los que vivió el Arí en Sefad, hizo lo imposible: de un método que estaba adaptado hasta ese momento únicamente para virtuosos elegidos, convirtió la Cabalá en un camino accesible para toda persona. A partir de sus días, el camino hacia la eternidad y la perfección, a una vida de felicidad y amor, se abrió para todos nosotros. “Muy a menudo me pregunto por qué llegó el sagrado Arí precisamente en mis tiempos. 

Cada vez vuelvo a preguntar esta pregunta y la dejo sin respuesta, agradeciéndole al Creador por permitirme conocerlo. Y a pesar de todo, cada vez que lo recuerdo, se me dibuja una sonrisa en los labios y una calidez inunda mi corazón. Cierro los ojos y frente a mí está esa casa conocida, con las ventanas abiertas hacia los cerros verdes de Safed, la casa del Arí. Escucho su profunda voz. Me dice: “el mundo ya no necesita de elegidos virtuosos, Jaim Vital, a partir de nuestros días toda persona puede llegar a la espiritualidad”.

Por Salomón Vinocur

Comentarios

Entradas populares de este blog

Sháar Habitajón (El Pórtico de la Confianza)

El ser humano debe asemejarse a su Creador

“El significado de la historia de Jonás leída en Yom Kippur”